He vuelto a salir a tocar por la calle

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La verdad, no recuerdo cuando fue la última vez que lo hice. Posiblemente, antes de la pandemia. Tampoco es que sea yo un músico especialmente activo, desgraciadamente. Ya sabéis, el trabajo, el día a día, la imposibilidad de ir a los ensayos y también la edad van haciendo que cada vez vayas menos. Sí, la edad también. A pesar de que no llego a la treintena de años, los más jóvenes ya me han adelantado por la derecha y por la izquierda. Y es normal. Yo también lo hice cuando tenía quince años. Hay épocas para todo. ¿No dicen esto?


Todavía recuerdo la primera vez que salí a tocar por la calle y, si me apuras, todavía recuerdo la primera vez que fui consciente de ver a la banda de mi pueblo tocar por la calle. Seguramente, seria a un Corpus, en casa de la abuela. ‘Mira como tocan, Jordiet. ¿Qué no te harás músico?’ Qué importantes las abuelas y qué importantes las bandas por la calle. No sé la cantidad de veces que, después, he sido yo -caja, bombo o platos en mano- quien le ha hecho un gesto al niño o la niña que estaba sentado en la acera viéndonos pasar como de… Va, apúntate, que te gustará. No sé si habrá funcionado o no. Pero hacerlo, lo he hecho.


El otro día volví a salir a tocar por la calle. Una entrada falsa de moros y cristianos en un pueblo de Alicante. Fue liberador, curioso, emocionante. Como si no hubiera pasado todo lo que nos ha pasado. Vi todo aquello que acostumbraba a ver antes de esta pesadilla llamada COVID-19.


Las “filaes” bajar al paso de marcha cristiana por las calles iluminadas; que siempre hay alguien que no lleva bien el paso y te toca gritar aquello de izquierda, derecha. El público aplaudiendo a rabiar al paso del timbalero y el niño con su tamborcito de juguete imitándolo. El de la comparsa que siempre te dice que tocas más, que no se siente (el alcohol también hace mucho, ahí). La capitana y el capitán desfilando emocionadísimos, saludando a todas las balconadas. Los de Protección Civil cortando los pasos de peatones y los chiquillos vacilándonos. Siempre igual. Las cámaras de fotos y videos de la televisión comarcal o local de turno enfocando las gotas de sudor que le caen por la frente al tuba. Pobre, claro, es que menudo ‘instrumentot’ para la calle. Las familias enteras sentadas a la puerta de casa con sillas de boga. Alguna que otra pareja entre la multitud que lleva la mascarilla en aglomeraciones de gente. La niña durmiendo en el carro. El que lleva al perro a ver la entrada, y el perro sufriendo. Nunca lo entenderé. Las cuadrillas de quintos con sus camisetas a conjunto. Y el vaso a conjunto, también. Los de las comparsas del pueblo de al lado que vienen a cotillear. El músico que ese día no ha ido a tocar y que está mirándolo todo con cara de tristeza y saludando a los de todas las bandas, los conozca o no, como una señal de camaradería. ¡Ah! Y como no, el arrastrador de tambores que has «alquilado» al inicio de la “entraeta” falsa…

Todo esto no cambiará nunca, por suerte.

Y qué ganas teníamos.

Y qué falta hacía.

Y qué verano nos espera.

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