Todavía recuerdo mi primera Trobada de Escuelas y Bandas de Música. Fue en mi pueblo, en la Pobla Llarga. El año no me lo preguntes porque de esto ya hace demasiado. Por aquellos tiempos yo todavía era solo un alumno de percusión, pero claro, como venían todos los pueblos de “la contornà” teníamos que ser más en la banda juvenil y allá que fui. A llenar. Si abro el Facebook, cosa que cada vez hago menos, y echo hacia abajo y hacia abajo y hacia abajo, encontraré todavía unas fotografías de un jovencísimo Company con el pelo punki, una camiseta roja tres tallas más grande -por aquellos tiempos era la que la banda tenía para salir a tocar por la calle- y unos platos de calle que, con 9 o 10 años, eran la cosa más pesada e incómoda que había tocado nunca. Aquel domingo tocamos y después, junto con mis padres que ya formaban parte de la junta directiva (algún día dedicaremos un de estos artículos a ellas y ellos) y los compañeros que venían conmigo a clase de percusión, comimos una paella gigante, preparada a propósito para la ocasión. De aquella foto a ahora ha pasado lo de siempre: que mucha gente se ha ido, que otra vamos cuando podemos y que otra, por suerte, trabaja día a día para mantener viva la banda. Por suerte, digo. ¡Y qué suerte!
Aquella fue cuando era pequeño. Y desde entonces, no fallé a ninguna. Trobada, quiero decir. Eran emocionantes, especialmente, con catorce o quince años, cuando crees que el mundo es tuyo y la vida gira alrededor de todos tus pensamientos, ilusiones, enamoramientos y amistades. Que no es así, claro, pero “estás en la edad”. Recuerdo una bien bonita, en l’Alcúdia. Concierto, pasacalles, comer y… todos dentro de la fuente. Hacía un calor para morirse. Y cuando digo todos son todos, eh. También el director. Allá supe el que era por primera vez tontear con una música por otro lado y, también, que era aquello de fumar. Aquellos años locos, como decía la canción.
Tenías tanta ilusión por crecer y por hacerte adulto que llegó un día en que creciste y te hiciste adulto y entonces, ya no te hacía tanta ilusión. Aquel día te tocaba a ti coger el coche para ir a la trobada, porque resulta que a última hora te había salido trabajo e irías directo y no en el autobús con todas tus compañeras y compañeros. Y, seguramente, te perdías uno de los momentos de más convoy del día. Pero, al menos, podías acercarte y saludar a los amigos y amigas de tu banda, y también a los de las otras bandas que solo veías en días contados. Días de trobades. O se volvía a hacer en tu pueblo y te tocaba presentar, a ti que te gusta tanto el micro y trabajas de esto. O, simplemente, te tocaba montar y desmontar mesas para que, quienes tenían que comer de aquella paella gigante que se volvía a hacer, estuvieran cómodos. O cogías la bandera, porque ahora ya te habías quedado demasiado grande para aquellos platos que cogiste cuando eras pequeño. Aquellos que pesaban tanto y eran tan incómodos ahora los llevaba una niña que iba por primera vez a un encuentro. Niña, hazme caso, y que los platos te continúen pesando mucho y siendo muy incómodos durante mucho más tiempo.