Sergio Alapont (Benicàssim, 1976) dice vivir cada día un sueño y repasando únicamente sus últimos movimientos se comprende a qué se refiere. Contesta a estas preguntas mientras trabaja junto a la Orchestre National des Pays de la Loire, otra más de las grandes formaciones en las que se ha puesto al frente en quince años de abrumadora trayectoria. Acaba de presentar un disco con la Orquesta de RTVE integral del compositor valenciano Juanjo Colomer en el Teatro Monumental de Madrid. En esta entrevista nos habla de un extraordinario viaje artístico y vital que comenzó en la Unión Musical Santa Cecilia de Benicàssim.
Nació en una familia de tradición musical: su abuelo, su padre… ¿Qué recuerda de sus primeros pasos en la música?
He tenido la suerte de crecer en un ambiente musical de diferentes generaciones y de compartir con mi hermano los estudios oficiales como músico. Mis primeros pasos surgieron de una manera muy natural. En ningún momento tuve la sensación de hacer una cosa diferente a la música. No por una imposición, sino porque era lo que hacíamos en casa. Empecé a estudiar un instrumento con cinco años y tuve acceso a una gran discografía, y la oportunidad de asistir a conciertos cotidianamente. Recuerdo mi infancia con mucho entusiasmo, estudiando música hasta horas muy tardías, jugando con el instrumento. Recuerdo con mucho cariño el día que entré a formar parte de la Unión Musical Santa Cecilia de Benicàssim, donde mi padre fue director durante casi treinta años. Ese fue el motivo por el que nací en Benicàssim. Desde pequeño fui un gran apasionado de mi sociedad musical, sentía mucho los colores.
Tuvo un gran vínculo con la sociedad musical…
Recuerdo con cariño el momento en que pasé a formar parte de la banda y los primeros meses que pasamos juntos la generación que íbamos a pasar a formar parte de la sociedad musical y que interpretábamos piezas de mayor sencillez, como la Serenata de Schubert. Vivías con mucho entusiasmo esos momentos en que empezabas a tocar con armonía con otros niños y niñas. Estuve en la sociedad musical hasta que tomé parte como flauta estable en la hoy llamada Oviedo Filarmonía. Tenía 21 años y dejé de tener actividad cotidiana con la sociedad musical.
Hubo un periodo muy apasionado en el que, junto al querido y desaparecido presidente de la sociedad musical, José Luis Tárrega, formé parte de la junta. Recuerdo viajes preciosos a Valencia a reuniones con la FSMCV. Él presidió la formación durante la etapa de mi padre.
¿Recuerda algunos momentos especialmente emocionantes de aquella etapa?
Uno de los días más felices del año era el fin de semana de Santa Cecilia. La emoción del concierto del domingo, cuando interpretaba alguna pieza como solista y cuando empecé a dirigir alguna obra, como mi padre. Antes de esos domingos estaban las comidas y cenas típicas, además de la tradición del viernes salir a tocar con los instrumentos antiguos por las calles de Benicàssim. Recuerdo con emoción las piezas de la misa de Santa Cecilia; más allá de la devoción religiosa, lo que uno sentía en aquella festividad era muy emocionante. Éramos un grupo de cámara grande y yo tocaba como flautista y también el órgano en la iglesia. También recuerdo los muchos certámenes de bandas que pudimos ganar, en solo diez o quince años. Era un doble orgullo, primero por cómo lo vivía como músicos junto a mis amigos, y también por el trabajo que dejó mi padre en una banda centenaria como la de Benicàssim, que fue de una excelencia artística que no se ha repetido.
¿Recuerda alguna decisión, algún momento concreto que marcara un punto de inflexión en su trayectoria profesional?
Hubo dos momentos de inflexión. Tras obtener el diploma superior de flauta en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid con las máximas calificaciones, viajé a Múnich para empezar mis estudios con el flautista solista de la Orquesta Sinfónica de la Radio Bábara: Benoit Fromanger. Además de un gran flautista fue el profesor que me abrió un mundo en cuanto a la libertad interpretativa. Además, pude asistir asiduamente a conciertos de la Orquesta Sinfónica de la Radio Bábara, en la que el director era Lorin Maazel, el principal director invitado era Ricardo Muti y otros directores invitados habitualmente eran Kurt Masur o Vladímir Fedoséyev. Disfrutaba de cada ensayo y recibía un estímulo sin precedentes, como estar asistiendo a un paraíso musical. Era una de las tres o cuatro mejores orquestas del mundo. Fue un momento de aprendizaje e inspiración, de ir más allá, de abrir horizontes. Técnicamente y artísticamente mi profesor me dio aún más herramientas para conseguir un puesto estable como miembro de una orquesta profesional estable.
El otro punto de inflexión llega dos años más tarde. Mi padre dirigía diversos conjuntos instrumentales en el Conservatorio Profesional de Música de Castellón, donde era profesor y yo estudié. En casa el contacto con la dirección era cotidiano. Mi hermano estudió también dirección de orquesta y yo también cursé algunos estudios aunque no de manera continua, no era mi meta. Pero en los dos años en Oviedo se despertó el sueño de dar continuidad a mi pequeño bagaje en la dirección. Conocí a Marco Armiliato, mi primer profesor de dirección de orquesta. Me invitó a estudiar con él y estar como asistente en el Metropolitano Opera House, donde estuve casi dos temporadas y luego seguí mi formación con grandes directores. Renunciar a un puesto en una orquesta estable como la de Oviedo y a mi plaza como profesor del Conservatorio Superior de Música de Oviedo fue un gran desafío, pero lo hice desde el entusiasmo, el motor que me llevó hasta mi debut internacional como director, en 2010, con la Sinfonía nº 7 de Mahler en el Teatro San Carlo de Nápoles.
Cuéntenos cuál ha sido, hasta ahora, la obra que más le ha desafiado como director en su carrera.
Cualquier interpretación exige un estudio, una dedicación y un conocimiento máximo de la partitura. No existe una obra fácil cuando se trata de llegar a lo más hondo de una partitura, de leer más allá de las notas escritas y acercarte a la esencia de la voluntad del compositor. Influye mucho en la vida de un director de orquesta el hecho de que cada orquesta que visitamos como director invitado o dirigimos como principal es un mundo diferente. Aspectos técnicos que en una orquesta pueden funcionar de una manera sencilla en otra no. Tenemos que ofrecer una gran disponibilidad para hacer lo mejor posible con el material que encontramos.
Por otro lado, cualquiera de las composiciones de Mozart incluye una transparencia orquestal que hace que la pulcritud y la calidad del sonido y del fraseo sean de una dificultad máxima. Es el compositor más transparente y el más que es capaz de mostrar la calidad de un director y de una orquesta. He tenido la suerte de trabajar con directores especialistas en el repertorio clásico y barroco y he aprendido a afrontar este repertorio de una manera específica, dedicándome de manera exhaustiva a la preparación de las partes de cada instrumento, aportando de manera muy detallada indicaciones que aluden a la expresividad filológicamente correcta de la época. Me encanta documentarme, intercambiar información con especialistas; cada interpretación mozartiana para mí es maravillosa.
Ha dirigido grandes orquestas, ha estado al frente de grandes óperas. ¿Hay alguna formación o alguna obra que sueñe con dirigir?
En mis inicios como director nunca imaginé dirigir a las orquestas que ya he dirigido: orquestas como la de la RAI, de Turín, la Ópera de Oslo, la London Philharmonic, la Orchestre National d’Ille de France. Te contesto desde Nantes donde dirijo ahora la Orchestre National des Pays de la Loire. Trabajo para disfrutar cada día de lo que tengo. Soy afortunado. Hay mucho trabajo duro, como en cualquier otra discipina que implica dedicación máxima, pero en mi disciplina es más lo que premia que lo penaliza.
¿Podría contarnos alguna experiencia de alguna ciudad o algún país en el que ha dirigido y en el que le sorprendiera el conocimiento o el entusiasmo del público?
En todos mis años dedicados a la dirección no he visto nada comparable al conocimiento de cualquier teatro italiano en el repertorio operístico italiano, que es extensísimo. Nunca en ninguna otra nación he sentido ese nivel de juicio, la coherencia que tiene con la realidad. Mi carrera nació y se forjó en Italia. Empecé allí con un Barbiere di Siviglia en el que tres artistas fueron abucheados. Ver ese nivel de exigencia y saber que coincide con algo razonable a lo que ocurre en el escenario es impresionante, porque tiene fundamento, no es casual, es por el conocimiento de una tradición. El criterio de ese público no es comparable al de otros, y he dirigido repertorio italiano operístico en casi todos los países europeos importantes.
Teniendo en cuenta la enorme cantera de músicos de la Comunitat Valenciana, sustentada en gran parte en sociedades musicales, ¿diría que ha coincidido con muchos músicos de nuestro territorio alrededor del mundo? ¿Está bien representada esa base en orquestas internacionales?
Sigo coincidiendo con muchos músicos españoles. Ya no son solo valencianos, hay otras comunidades autónomas que están exportando muchos músicos a orquestas internacionales. Pero por supuesto he hecho música con músicos valencianos en ciudades como Florencia, en países como Holanda, Francia, Estados Unidos y en Sudamérica, principalmente en México, en tres orquestas diferentes en las que he dirigido. Estamos por todo el mundo. La cúspide orquestal está principalmente en Alemania y alguna en Estados Unidos y en la mayoría hay representación valenciana.
Son muchas décadas potenciando a las sociedades musicales, el primer embrión de futuros talentos y grandes intérpretes; los centros educativos que tenemos en la Comunidad Valenciana y el espíritu y la vocación por salir a mostrar el talento y encontrar información. Hay un gran número de valencianos que han realizado estudios dentro y fuera de España; es crucial alimentar y potenciar el conocimiento en diferentes culturas. Tenemos que seguir pidiendo el máximo apoyo para las sociedades musicales, para las escuelas municipales y ser conscientes de que tenemos un patrimonio cultural histórico de exportación de músicos de la élite. Empezando por Martín y Soler que en el XVIII compitió con Mozart en Viena y le ganó la partida: cuando se representó Le Nozze di Figaro de Mozart, Martín y Soler había compuesto Una cosa rara; las dos estaban programadas en el Theater an der Wien y Mozart aguantó treinta y tantas representaciones, mientras que Martín y Soler llegó a las setenta. Tenemos valencianos ilustres que han recorrido el mundo y lo siguen haciendo. Que siga así. Disfrutemos y hagamos conocer la grandeza de nuestro talento.